El psicoanalista Walter Caravotta y un breve ensayo sobre la masculinidad de hoy en día en nuestra sociedad y como repercute en las relaciones de pareja
«Los hombres no lloran» reza un dicho popular, ser macho es un esfuerzo que implica no mostrar debilidad alguna, no se les permite a los hombres mostrar sus miedos y sus angustias.
Una teoría clásica dice que los hombres se angustian por su relación con el «tener»: tener dinero, tener mujer, tener trabajo y su correlativo miedo a perder, si se tiene también se puede perder.
Ser hombre es también el esfuerzo de parecerlo, todo un trabajo, el miedo a los cuernos es el miedo a quedar como un bol… con los otros hombres. El autor italiano Franco La Cecla plantea que hay una angustia masculina frente a la necesidad de demostrar que se es macho.
Podríamos decir que los machos no solo no lloran, sino que tampoco hablan, tanto llorar como hablar feminiza, por eso mejor patear pelotas, acelerar en la moto, sentir el impacto en el cuerpo, que algo los sacuda. Lo viril parece entusiasmarse más con los efectos especiales que con los diálogos.
No resulta ninguna novedad que, en la pareja, los hombres son menos proclives a la palabra y a la charla que las mujeres; ellos pueden vivir en pareja sin necesidad de conversar. Mientras los hombres se erotizan con imágenes ellas necesitan la palabra, lo femenino da al lenguaje un lugar central en su erotismo. Esto da lugar a un malentendido clásico en las relaciones, en la comedia de los sexos, el marido dice que le da todos los gustos y la esposa dice que él no la escucha, ese desencuentro es permanente en las parejas.
Pero las cosas vienen cambiando, hoy los hombres usan cremas y cuidan su estética tanto o más que las chicas. Hoy muchas mujeres han dejado de sentirse mujer-objeto para procurarse ella su hombre-objeto, la división entre el amor y el goce sexual ya no funciona exclusivamente del lado de los hombres.
Hablamos de feminización del mundo, tanto por el ascenso de las mujeres en la carrera social como por la mejor adaptación que hay en ellas a los cambios de época. Esta feminización les presenta un desafío a los muchachos: deconstruirse o replegarse. «Ya no quedan hombres», es una frase que escuchamos a menudo de las mujeres, y no se refieren a la falta estadística, a la cantidad, sino a la evidente reticencia de ellos a formar pareja o a comprometerse en un vínculo estable, mucho menos tener hijos.
Los hombres se repliegan en sus placeres autoeróticos derivados de la lógica masturbatoria, es lo que el psicoanalista francés Jacques Lacan llamaba «el goce del idiota», se trata de una satisfacción que evita comprometerse con el otro, y hoy en día la tecnología permite o facilita ese repliegue, hay un gusto de los hombres por los aparatos, los objetos, los autos, las motos y otros juguetes. También la preferencia por una sexualidad ficcional está especialmente acentuada en el varón. Hoy la pornografía ha tomado especial relevancia por la facilidad con la que se accede.
Pero la pornografía también es el paradigma del adormecimiento, quedar prendado de la pantalla es un aplastamiento subjetivo, lo vemos con los adolescentes, a los que no podemos despegar de las pantallas, hay una satisfacción allí que no precisa del cuerpo del otro, es como una pornografía generalizada, cada uno con su aparatito en la mano, celular, computadora, tablet.
Si bien es cierto que las mujeres también están adheridas a los aparatos, ellas tienen mayor apertura al otro, a la alteridad, a lo distinto. Las mujeres no son todas iguales como dicen los muchachos intentando poner los rasgos femeninos como algo a segregar, en cambio ellos si se esfuerzan en ser todos iguales, eso les da tranquilidad. Armar cofradías, ir siempre a los mismos lugares donde se sienten cómodos, siempre el mismo restaurante, siempre las mismas vacaciones, digamos que los hombres se llevan bien con la repetición de lo mismo, con lo estereotipado, mientras ellas quieren diversidad, están más abiertas a la diferencia.
Lo estereotipado y repetitivo deriva de la lógica fetichista del hombre. Para desear y amar un hombre necesita que determinado rasgo esté allí, puede ser un objeto o un detalle en la nariz, como un paciente de Freud. Las mujeres se erotizan y enamoran hablando y escuchando, y eso les permite mayor amplitud, mayor apertura a lo diverso. Lo femenino, en un hombre como en una mujer, siempre es más abierto a lo distinto, a lo diverso y eso permite ser menos segregativo.
Ser menos segregativo y estereotipado es una condición para ser menos violento, ya que no hay que salir a «matar» al que piensa o disfruta distinto. Abrirse a lo nuevo es un desafío para el hombre, pero para eso hay que dejarse feminizar.
f: El Tribuno