Arnaldo “el Negro” Guevara, empleado de la Defensoría del Pueblo de Cerrillos, fue protagonista tiempo atrás de una escalofriante experiencia paranormal. El hombre vive a unos 4 kilómetros del casco urbano de la localidad, camino a Rosario de Lerma, en una zona rural conocida como Tres Acequias.

Como todos los días, al terminar sus faenas diarias en el pueblo, montado en su bicicleta rumbeó por la orilla de la ruta provincial 23 en una noche bastante oscura. “La verdad es no se veía nada. De repente, una moto se me puso detrás. Pasaron más de 200 o 300 metros y no me sobrepasaba. Me puse nervioso. Cuando me di vuelta el conductor me dijo que no me preocupara, que iba a alumbrarme un tramo más para facilitarme el camino”, recordó Guevara.

“Pasando la entrada del Camino a Las Blancas, en plena curva, sentí que el hombre se cayó, así que paré y lo ayudé a levantarse. Estuvo por unos minutos tratando de hacer funcionar la moto, que con el porrazo se había parado. Una vez que la puso en marcha nos despedimos y siguió su camino. Hasta ahí todo normal”, contó el lugareño a El Tribuno.
Guevara detalló que se trataba de una persona de entre 40 y 50 años de edad, muy amable, que no le llamó demasiado la atención en aquel momento. Sin embargo, la mañana siguiente el empleado de la Defensoría del Pueblo, como es habitual llegó a su lugar de trabajo, preparó un café, le echó un sobrecito de edulcorante y comenzó a hojear el diario del día.

“Luego de recorrer las diferentes secciones, le ‘pegué’ una mirada al obituario. Es algo normal en los pueblos. Al dar vuelta la segunda hoja quedé helado. Se me erizaron los pelos. Había un recuadro bastante generoso con una foto, en el que se recordaba el primer aniversario del fallecimiento de un hombre. Era la misma persona que el día antes me había alumbrado camino a Rosario”, aseguró el cerrillano, quien aún se mostró consternado por el episodio.

Guevara dijo que miró una y otra vez la fotografía, intentando buscar en vano una explicación racional a los hechos. Pero no la halló. Se trataba del mismo hombre, no había duda. La imagen era clara.

“Mire -dijo el Negro Guevara- yo soy hombre de campo, acostumbrado a la oscuridad y al peligro. Anda tanto de noche como de día por todos lados. He lidiado con caballos bravos, vacas empaconas, toros malos y hasta con gallos de riña, y no le tengo miedo a nada, pero ese espanto todavía me hace estremecer”, puntualizó.

La cosa no quedó allí, las noches siguientes Guevara pasó con recelo por la “bendita” curva, mirando de reojo a todos lados. Pero una tarde, entrada ya la oración, divisó en la banquina una grutita que le llamó la atención y se acercó. “Creer o reventar, era el mismo nombre publicado en el obituario. Era el hombre que me acompañó aquella noche y al que ayudé a levantarse. Desde entonces solo atino a elevar una oración cada vez que paso por ahí. Fue una experiencia que nunca olvidaré”, concluyó Guevara.

f:El Tribuno