La Argentina es, según los datos de los Centros de Control Epidemiológico Europeos, el país con mayor número de muertes diarias por millón de habitantes.

Desde el comienzo de la pandemia de coronavirus se sabe que el número de casos confirmados que difunden a diario las autoridades sanitarias es un indicador impreciso de la situación de la pandemia en un lugar dado, porque depende del número de pruebas realizadas, de la estrategia de testeo (por ejemplo, si se analizan solo los sintomáticos o también a las personas sin síntomas, o si se admite el diagnóstico clínico), y de la proporción de personas infectadas que contactan al sistema de salud.

Fuera de contexto, este número es apenas un reflejo de la circulación del virus; combinado con, por ejemplo, la positividad (cantidad de resultados positivos sobre tests totales) y la mortalidad (cantidad de muertes por millón de habitantes), entre otros, permite trazar un mapa más preciso y establecer comparaciones para analizar la efectividad de las medidas sanitarias.

En particular, las muertes ofrecen datos «duros» y en este momento, no traen buenas noticias: desde hace más de un mes, la Argentina es, según los Centros de Control Epidemiológico Europeos, el país con mayor número de muertes diarias por millón de habitantes con alrededor de ocho. Según ourworldindata.org, le siguen la República Checa con alrededor de 5, Israel con poco más de 4, Colombia con algo más de 3, España con alrededor de 2,5, México con 2,43, Brasil con 2,40 Y Bolivia con 2,17.

Este indicador, el de muertes diarias por millón de habitantes, es importante porque permite estimar el número real de contagios de las últimas semanas. Y se suma a otros que causan preocupación, como la alta positividad.

«Tomando en cuenta los sesgos que introducen la calidad de la atención médica, la edad de los infectados y la prevalencia de comorbilidades, el número de muertes diarias por millón de habitantes nos permite estimar qué porcentaje de la población se infectó hace dos o tres semanas [que es lo que tarda el cuadro en evolucionar hacia un desenlace fatal] -explica Rodrigo Quiroga, bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet-. También tenemos que tener en cuenta qué protocolos se utilizan para considerar a alguien muerto por Covid-19. Cada país tiene sus propias normas: algunos solo contaban las muertes hospitalarias y no las que ocurrían en hogares o geriátricos; mientras otros, como Bélgica, consideraban todo fallecimiento sospechoso como Covid-19. Es decir, que puede variar la cantidad de fallecidos, aunque la de infectados sea similar. Dicho esto, es de las comparaciones más fiables con que contamos».

La ecuación de los contagios

De acuerdo con esos criterios, la cantidad de infectados diarios en la Argentina parece ser significativamente más alta que en cualquier otro lugar del mundo. Estaríamos más o menos estables con las notificaciones como país, pero producto de dos dinámicas diferentes: una de descenso lento y paulatino en el AMBA, y otra de aumento muy rápido en las provincias. «Ahora esto parece empezar a frenarse un poco también -opina Quiroga-, por distintas razones. Probablemente por la saturación del sistema de testeo, porque alguna medida tiene efecto, algo de miedo empieza a instalarse en la población lo que aumenta los cuidados. También hay provincias como Jujuy, Salta y Tucumán, donde los casos están empezando a bajar porque no hubo forma de frenar la propagación viral. Sabemos que en jurisdicciones como Jujuy, por ejemplo, hay un importante subregistro de fallecimientos (hubo muchas más muertes que las que figuran en el Sistema Integrado de Información Sanitaria Argentina) con lo cual el porcentaje de infectados podría estar por encima del 60% y eso indicaría que no se hizo mucho más que usar barbijos».

El número de muertes causadas por Covid está directamente relacionada con la cantidad de contagios y la edad de los pacientes. Se estima que la letalidad aparente (muertes sobre infectados confirmados) aumenta sensiblemente a partir de los 60 años. Según datos locales asciende al 10,6% para las mujeres y el 16,3% para los varones mayores de 70; al 16,8% para las mujeres y el 26,3% para los varones en los mayores de 80, y al 20,2% entre las mujeres y el 31,2% entre varones para los mayores de 90.

Si en una población dada hay mayor proporción de jóvenes que en otra, entonces el número de muertes será menor aunque la cantidad total de personas que tuvieron contacto con el virus haya sido la misma. Por ejemplo, en el Barrio 31, donde los tests serológicos desarrollados por Andrea Gamarnik y su equipo del instituto Leloir permitieron estimar en junio que el 53% de los alrededor de 40.000 residentes se habían contagiado, el número de muertes ascendió a 47 personas.

En una revisión de 61 trabajos firmada por el epidemiólogo John Ioannidis para el Boletín de la Organización Mundial de la Salud, la tasa de fatalidad real (infection fatality rate o IFR) variaba entre 0% y 1,63% en 51 lugares, con una mediana de 0,27%.

«La probabilidad de morir de una persona infectada es uno de los indicadores más importantes de la pandemia por Covid-19 -escribe Ioannidis-. La mortalidad total esperada está directamente relacionada con este número. Más aun, la justificación de varias intervenciones no farmacológicas de salud pública también depende de esto. Algunas medidas más estrictas, que pueden resultar en más daños colaterales, pueden ser consideradas apropiadas si la letalidad es alta. Viceversa, las mismas medidas pueden no ser aceptables en el balance riesgo-beneficio si la letalidad es baja. Datos tempranos de China sugerían una letalidad (muertes sobre infectados) de 3,4%, similar a la mortalidad (muertes por millón de habitantes). Modelos matemáticos sugirieron que entre el 40 y el 89% de la población mundial puede haberse infectado y esto habría disminuido la letalidad a 1% o 0,9%».

Los estudios revisados por Ioannidis representan 82 diferentes estimaciones sobre la letalidad de Covid-19, pero no son representativos de todos los países. Sin embargo, y a pesar de las limitaciones de estos trabajos, el epidemiólogo estima que hasta el 12 de septiembre podrían haberse infectado en el mundo más de 500 millones de personas, muchas más que los 29 millones de casos documentados para esa fecha por análisis de laboratorio. «La mayoría de los lugares probablemente tengan una tasa de letalidad de alrededor del 0,20%, que podría reducirse con medidas no farmacológicas apropiadas», escribe.

En el país, la letalidad aparente supera el 2%. Y de acuerdo con científicos argentinos, la tasa de letalidad real oscila entre el 0,3% y el 1.5% de las infecciones totales, en función de la pirámide etaria de la población. «Esto hace que la cantidad de infecciones en el AMBA pueda estimarse ya en un 34% y posiblemente sea más alto debido a la subdetección de muertes. Así, «en el AMBA solo uno de cada 10 casos es detectado por el sistema de salud como confirmado. Esto varía de municipio en municipio y en CABA es de 7 a 1 aproximadamente, e indica que la gran mayoría de los individuos cursan la enfermedad en forma asintomática y/o no reportan al sistema de salud -escriben en una carta abierta al director del Malbrán, Pascual Fidelio-. El sistema solo detecta y es capaz de impedir la transmisión de aproximadamente un caso cada 10, lo que muestra la pésima eficiencia del sistema de vigilancia sobre la base de reportes de síntomas que se eligió desde el principio, en lugar del rastreo de casos».

Los investigadores del Conicet Guillermo Durán, Roberto Etchenique, Rodrigo Quiroga y Rodrigo Maidana calcularon el IFR y el número de infecciones reales en las distintas jurisdicciones y franjas de edad. Según sus estimaciones, hasta el fin de la semana última, más del 21% de la población se habría infectado con el SARS-CoV-2. Los porcentajes oscilan entre el 34,2% en CABA (igual que en el AMBA), el 30% en la Provincia de Buenos Aires, el 42,2% en Jujuy, 41,7% en La Rioja; 35,3% en Tierra del Fuego; 34,54% en Rio Negro. El resto de las provincias tiene porcentajes menores.